Un vestigio del apogeo del puerto. Las lanchas con olor a nostalgia.
Al final acepté el ofrecimiento de mi oloroso amigo. Era un precioso recipiente de 1 litro de vino tinto, de ese que es tan costoso en mi solar. Fue maravilloso. Me tomó del brazo y me llevó a escasos metros de la plaza. Un muelle alzado el 1850 con el fin intacto de tráfico de pasajeros. Me asombró la cantidad de gente que deambulaba por las escaleras y hacía filas para subirse a las lanchas o comprar cosas en un lugar de artesanos. Me contó que era fácil robarle a los gringos que llegaban en los cruceros, que andaban como pavos caminando sin mirar el piso. Ya había acabado el brebaje. Fue una delicia. Pero aún no encontraba lo que andaba buscando.
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